miércoles, 13 de julio de 2011

Regreso inspiroso.

¡Hey!, bola de pránganas, por fin, después de no sé cuánto tiempo de ausencia, regreso al inmundo virtual; primero que nada pido perdón a mis lectores por dos razones: la primera es la más obvia, y es la del congelamiento de este blog, la segunda es por el par de posts anteriores, los cuales hablan de juegos de video.

Sé de antemano que mínimo al 90% de la gente en el mundo le valen verga los videojuegos, y es harto curioso, porque durante mi desaparición de la blogósfera (y demás ámbitos de la Internet) me dediqué a los juegos de vídeo, pero bueno, eso es otro tema que ya hasta hueva les ha de dar.

En esta ocasión, y a manera de “regreso glorioso”, traigo un escrito de un tema bastante mundano, no obstante, conmovedor.


En primera instancia, quisiera hacer una “pequeña introducción”, y con pequeña estoy diciendo que, como éste es mi regreso triunfoso, me voy a aventar algo bien aventado… ya saben, conmigo puras enormidades.

Personas inspirosas.

En este mundo hay personas quienes son las precursoras de ciertos ámbitos importantes, y que han servido de inspiración para sus sucesores, ejemplos sobran, por ejemplo, yo que soy aspirante a matemático-científico, tengo una profunda admiración por Albert Einstein, quien propuso la Teoría de la Relatividad, de hecho ni siquiera la entiendo a nivel numérico, pero afortunadamente encontré un libro hecho para tontos y ya le estoy agarrando el pedo.

Hay muchas otras figuras en muchos ámbitos, pero una a la que le tengo mucho respeto y admiración, es a don Fabio Fusaro; él es un hombre que tiene una filosofía bastante peculiar, y contrario a lo que se pudiera pensar, su manera de pensar y su “evangelización” (no supe qué palabra usar, pero una vez que lean la adaptación supongo que entenderán) no son producto del pensamiento machista ni mucho menos. Lo que don Fabio dice en su filosofía, es que el hombre se quiera, y se respete, nada más.

Para ejemplificar lo que este hombre quiere darnos a entender, a continuación pondré una adaptación de un texto llamado “Damián y el espejo”, y sí, el maestro me dio permiso para adaptarlo. Sólo le cambiaré el nombre del protagonista por respeto a la obra original, ojalá te guste.

“Sebastián y el espejo”



Como desde hacía más o menos unos tres meses, Sebastián repetía la misma rutina: Se levantaba una hora o media hora antes de salir de su casa para irse a la facultad; se bañaba mientras escuchaba “Frasier” o bien “Friends” dependiendo del día de la semana, medio comía algo y se iba, aunque eso no era un verdadero problema, porque hambre no tenía mucha que digamos.

Ese día en especial no tenía mucho sueño, pues se levantó con bastante tiempo de sobra, se bañó, salió, sintonizó en la tele los sabios consejos del Dr Crane y se fue al baño para afeitarse y ponerse chulo, decía siempre él.

Sacó un rastrillo nuevo, se mojó la barbita para suavizarla, se disponía a pasar la navaja por su mentón cuando de repente escuchó un “psst” proveniente de ningún lugar. Asustado, volteó hacia todos lados, la regadera, la taza… y nada, la sugestión de haber escuchado un “psst” hizo que Sebastián dejara de escuchar tan alto los consejos de un personaje de una de sus comedias favoritas, a decir verdad, no escuchaba ya nada, sólo esperaba ver de dónde chingados salía ese ruido que tan nervioso lo ponía.

“Psst”, se escuchó de nuevo, con el corazón en la mano y los testículos en la garganta, volteó hacia el espejo y ahí fue donde vio una de las imágenes más escabrosas y que más vergüenza le han provocado a Sebastián:
Un Sebastián con el pelo alborotado (él era de cabello largo) y sin brillo, una barba de esas que parecen sucias, unas ojeras estilo mapache… en fin, el espejo reflejaba un verdadero desastre. Sebastián no daba crédito a lo que veía pero a la vez, se lo esperaba.

¡Pssssssssssst! – dice el Espejo sarcásticamente- ¡Hasta que me oyes canijo!, llevo literalmente MESES tratando de comunicarme contigo, pero no me pelabas, hasta ahorita que tienes tiempo… hace mucho que tú y yo no hablamos, o hace mucho que no
hablas contigo, la idea es la misma.

Pues sí… -dice Sebastián con un tono de culpa más grande que su cabeza- pero tú sabes cómo son estas cosas…

¡Pero claro!, Aún recuerdo el primer día que la viste caminar, te enganchaste y dijiste “Está más buena que los chocolates”. Y recuerdo que te lo advertí “Ve con cuidado, suelen ser locas”,- regaña el espejo a Sebastián- y ese fue el último día que cruzamos palabra.

Cabrón,- dice Sebastián- no estoy para el sermón de la media tarde, sabes que tengo que ir para la facultad y…

¡Ese es tu problema!,- interrumpe el Espejo enérgicamente- si tan sólo te concentraras en la facultad, o en esa hermosa morochita que te presentaron en el bar la otra noche, pero no… tienes todos tus sentidos puestos en M…

¡No lo digas!, compañero, estoy hecho un trapito,- dice Sebastián en un tono derrotista- por favor, no necesito esto… creo que ya nadie puede ayudarme.

En eso tienes razón, sólo yo puedo ayudarte, o tú puedes ayudarte, es conmutativo… -dice el Espejo con tono aliviador-

Pero tienes que comprender, no estaba preparado para perderla, sin ella no tengo nada, estoy solo- dice Sebastián con cierta nostalgia, quien entendió perfectamente el chiste de la conmutatividad (ahhh… matemáticos).

¿No me estás escuchando? – dice el Espejo volviendo al tono serio- Nadie está solo, pero tienes que comenzar a ayudarte, sólo tú puedes salir de esta patética situación, por favor, nene, hazme caso.

Nadie puede ayudarme… - dice Sebastián sollozando.
Sebastián comienza a bajar la cabeza al darse cuenta que las lágrimas vienen, baja la cabeza para que el espejo no lo vea llorar, de hecho, baja tanto la cabeza que el par de gotas que le salen por los ojos no le recorren las mejillas, caen directamente al suelo.

Levanta la cabeza, Sebas, ¡Mírame a los ojos, coño! – grita el Espejo-

-Es que la necesito tanto…

-¡Tú no la necesitas! – regaña por segunda vez el Espejo.

-Ella era todo para mí…

-¡No!, -trata de razonar el espejo con Sebastián- A pesar de que ella se ha ido, todavía respiras, ¿Qué no te das cuenta de que aún puedes ser feliz?

-Puede ser… pero es que sin ella no puedo vivir.

-¿Puede ser?... ¡¿Puede ser?! Carajo estás peor de lo que imagine… veamos…- la imagen en el espejo se queda pensativa, realmente pensativa- ambos padres tuyos están vivos, gozas de buena salud; aunque a este paso no tendrás tan buen aspecto, tienes amigos sí, por ahí hay un par de chicas que quisieran conocerte y tú sabes de quienes hablo…

-Pero eso no me hace feliz, ella era la única cosa por la que valía la pena todo…

- ¡Carajo Sebastián!- el espejo se cabrea cada vez más- ¿Ya no te acuerdas de todas las dificultades que hemos pasado, y lo bien que nos ha salido todo? Como esa vez que pasamos el extraordinario de historia sin saber una chingada, o que salimos del bachillerato en 3 años a pesar que estábamos hasta el cuello de materias.

-Sí… es verdad.

-¡A huevo que sí!- dice jovialmente el espejo- O de aquella vez que nos vieron destrozados en aquella plaza, pero bueno, a veces hay que soportar esos putazos que da la vida.

Sebastián asienta levemente con la cabeza mientras se seca un ojo con la manga de su sudadera. Mira a los ojos al espejo… erguido, seguro, con un rayo de dolor en los ojos.

-Canijo, perdóname- dice Sebastián con voz firme pero suave.

-Caray Sebas, hasta gusto me da escuchar eso, no tengo nada que perdonar, pero es que me partía el alma verte así.

-¿Crees que sea muy tarde para ir delante los dos?

-¿Bromeas? Nunca es tarde para eso. –dice el espejo.

-Canijo, ¿sabes de qué me estoy acordando?- Dice Sebastián más animado- ¿Recuerdas cuando nos acostamos con aquella pinche vieja?

-¡Horror!-Dice el espejo a modo de broma- de eso pa’ que veas sólo te acuerdas tú.
Ambos rompen en carcajada, la primera desde hace mucho tiempo para ambos, la carcajada se vuelve risa, la risa se convierte en una sonrisa alentadora.

-¿Entonces qué hacemos?- pregunta el espejo.

- Pues a darle que es mole de olla- dice Sebastián.
Sebastián apura a rasurarse, y nota algo antes de que la imagen se desvanezca, las ojeras que antes él mismo hubiera descrito como “moradas”, han bajado su tono y de hecho, hasta su grosor.

También nota que la mano ya no le tiembla al rasurarse, y se da cuenta de que es porque él, y su reflejo que desapareció, ya no son dos, si no uno mismo.

Si quieres saber más acerca de Fabio Fusaro puedes ir aquí o aquí.

1 comentario:

.... dijo...

Encantado por el regreso triunfal, excelente historia.
saludos,.